En mi vida he tenido tres grandes momentos decisivos. El primero, cuando era adolescente y acababa de terminar la preparatoria. El segundo, cuando me fui a Estados Unidos para estudiar un año. El tercero, mi regreso a las Escuelas Pías después de 8 años de ausencia, en 2012. Con cada movimiento, mi corazón se ha ido haciendo un poco más escolapio.
Al terminar la preparatoria, como cualquier adolescente, decidí que era tiempo de tomar el futuro en mis manos y construir lo que deseaba vivir el resto del camino. Elegir profesión parecía un reto importante. Las Escuelas Pías se cruzaron en mi camino a través de la parroquia escolapia donde trabajaba en un grupo juvenil, afiliado a un movimiento llamado Familia Educadora en la Fe. Compartir la vida y el amor de Dios con mis compañeros me hizo darme cuenta de que era bueno para liderar equipos de trabajo juvenil pastoral, que me apasionaban los temas que tenían que ver con Dios y, sobre todo, que sentía mucha felicidad cuando entregaba mi tiempo y energías a las tareas pastorales.
Nació la pregunta por ser un sacerdote. Los escolapios me acompañaron en el proceso de encontrar lo que Dios había soñado para mí. Durante dos años en Celaya y unos meses en la Ciudad de México, continué mi proceso de discernimiento en las Escuelas Pías. Como prenovicio encontré la catequesis con los niños y la riqueza que alegró mi corazón cuando compartí los grandes descubrimientos de la fe, caminando de la mano de los más pequeños. Como novicio, entendí que la educación libera y forma el espíritu humano, cuando pude enseñar a leer y escribir a personas adultas. Pero sobre todo, descubrir que la educación estaba en mis venas fue sumar dos más dos: Sacerdote + Maestro. Y aunque los últimos meses fueron oscuros, la semilla de ser escolapio se había sembrado y arraigado en mi corazón.
Me marché de la formación escolapia y entré a la carrera de maestro de inglés. En el último año, hubo una beca para irse a Estados Unidos y estudiar allá. Mi padre había sido diagnosticado con una insuficiencia renal muy grave. Hablamos. Me dijo que era momento de tomar mi camino y hacer mi vida, pues él ya había hecho lo mismo y estaba listo para lo que Dios quisiera. Tres meses después de mi llegada a Kalamazoo, Michigan, mi padre entregó el espíritu al Señor. Desde entonces, sus consejos, palabras y amor acompañan mis pasos de manera especial. En ese año, también, di clases de español a compañeros norteamericanos, conviví codo a codo con personas de 15 nacionalidades diferentes, abrí mi mente y corazón a la riqueza de la diversidad y comprendí que el mundo es una casa común en la que todos podemos vivir en armonía cuando aceptamos al otro tal como es. La educación es, pues, creadora de puentes y lazos.
Al volver de Estados Unidos, ejercí como maestro un tiempo, pero sentía que algo faltaba. Ser maestro es una de las mejores experiencias que he tenido, sin duda. Aquellos tres años en una escuela de inglés me obsequiaron experiencias maravillosas. Pero en 2011 entré en un proceso que retomaba la semilla que había sembrado entre 2001-2004. Llegué a la conclusión de que el Señor me llamaba con insistencia para ser Religioso, Sacerdote y Educador con los escolapios. La obra de Calasanz buscaba hacer realidad todo lo que había descubierto por el camino.
Entre los escolapios podía enfocar mis esfuerzos para construir procesos pastorales entre los niños y jóvenes, y colaborar con ellos en el descubrimiento de su propia voz para con Dios. La comunidad escolapia, ahora enriquecida con la presencia de los laicos, es un equipo en el que buscamos colaborar con la Verdad, anunciando de palabra y obra que Cristo Vive y nos quiere vivos, unidos y alegres en su seguimiento. La tarea apostólica del escolapio pasa necesariamente por el contacto con los niños y jóvenes, y el proceso educativo como oportunidad para formarlos en una cultura de encuentro. La educación como herramienta para la paz es una realidad posible en las Escuelas Pías y sé que quiero formar parte de ese desafío.
Pero, ante todo, he encontrado entre los escolapios una familia con quienes caminar detrás de Jesús, al estilo de san José de Calasanz. No siempre nos ponemos de acuerdo, e incluso hay veces en las que nuestros puntos de vista son opuestos, pero creemos en el llamado que hemos recibido. El Espíritu Santo nos guía con su fuerza, luz y alegría, para comunicar el gran amor que Dios ha tenido con nosotros. Tenemos el compromiso de la formación integral de nuestros niños y jóvenes en la Fe y la Cultura, para que tengan un feliz transcurso de su vida.
Yo soy ESCOLAPIO. y te invito a darle un significado profundo a tu vida en las Escuelas Pías. ¿Te animas?
